jueves, 23 de octubre de 2014

Las especies no existen


Puestos a combatir el especismo (la discriminación moral basada en la especie de los discriminados), parece oportuno arrancar con una importante aclaración: y es que las especies, sencillamente, no existen.

El concepto de especie es un constructo de la imaginación humana, una abstracción de utilidad epistemológica pero sin ningún tipo de entidad dentro de la realidad observable y objetiva. Se trata de una de las muchas divisiones de la metodología taxonómica, una sistemática ideada para la clasificación de los seres vivos a partir de una serie de ingredientes arbitrarios y volubles.
 
Esta clasificación comienza con la categoría de reino (animales, vegetales, etc.) y va agrupando a todas las criaturas del planeta en sucesivos estratos y de acuerdo con sus mayores o menores semejanzas (clase, orden, familia, género, especie, raza, etc.). Cuanto más descendemos en la clasificación, mayores similitudes encontramos entre los organismos de un mismo conventículo. Así, dado que las especies ocupan una de las categorías más primarias, es lógico apreciarles parecido a los seres asignados a una misma de sus tantas representaciones. Pero aún cabría ir más allá, encontrando entonces que los clasificados dentro una raza o subespecie guardan semejanzas todavía más estrechas.

Las especies y
la sistemática biológica son un puro convencionalismo de naturaleza meramente funcional. Los humanos tendemos a ordenarlo todo por motivos de practicidad, y asignamos nombre y rango a los seres vivos con el mismo objeto que bautizamos y clasificamos los colores.

Imaginémonos queriendo referirle a alguien nuestro encuentro con algún tipo de organismo. De no disponer de las categorías taxonómicas, deberíamos armanos de paciencia y empezar a describir que se movía a voluntad, que caminaba sobre cuatro patas, que pesaba 30 kilos, que estaba cubierto de pelo, que tenía cola, que su rostro era alargado, que contaba con orejas grandes y puntiagudas... ¿No será mucho más fácil decir que hemos visto un perro? Pues bien, esa es en esencia la función de la taxonomía, esa es en esencia la función de las especies. 

De hecho, casi podría decirse que las especies, tal y como las conocemos en la actualidad, ni siquiera existían hasta el siglo XVIII, momento en que el naturalista sueco Carl Linné sentó las bases de la clasificación biológica moderna. Pero aun hoy siguen sin estar claros los parámetros que las definen. Son muchos los aspectos a tener en consideración (la morfología, la filogenia, el ambiente, el carácter, la geografía...) y no todos los científicos comparten la idea de lo que es una especie (hay decenas de definiciones diferentes). Existe cierto consenso en cuanto a la capacidad de hibridar, es decir, que se toma en general por buena la idea de que son miembros de una misma especie aquellos capaces de engendrar una descendencia fértil (lo que deja fuera de cualquier especie a los animales natualmente estériles, como los ligres o las mulas, por ejemplo); pero ni siquiera este hecho permite establecer fronteras claras, y es en cualquier caso un criterio seguido sobre todo por la zoología, no teniendo ni pudiendo tener el mismo valor para otras disciplinas.


El propio Charles Darwin, en su libro El origen de las especies, deja clara la veleidad de este concepto:

«Considero la palabra especie como dada arbitrariamente, por razón de conveniencia, a un grupo de individuos muy semejantes y que no difiere esencialmente de la palabra variedad, que se da a formas menos precisas y más fluctuantes. A su vez, la palabra variedad, en comparación con meras diferencias individuales, se aplica también arbitrariamente por razón de conveniencia».

La ética se ampara en la lógica y la realidad empírica, no en idealizaciones diseñadas por razón de liso y llano pragmatismo. Se ha entender, en definitiva, lo extraordinariamente absurdo que resulta determinar nuestra actitud a partir de elementos que ni siquiera son reales.

Además de una injusticia manifiesta, el especismo es un absoluto sinsentido.

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4 comentarios:

  1. Hola, me gustaria comentar sobre lo que dices de racismo, si me permites. Mucha gente considera que el declararse como racista es declararse como odiador de otras razas. Si uno siente repulsión hacia otras razas no es sinónimo de odio, sólo es su conciencia racial que le exhorta proteger su sangre y su raza.

    Para silenciar esta falacia recordemos que los parientes más cercanos al ser humano son los chimpancés pigmeos (bonobos), y no porque sean nuestros parientes cercanos, sentimos atracción sexual hacia sus hembras, de hecho se considera una enfermedad mental (zoofilia) el que un humano se aparee con hembras de otras especies diferentes a la humana, así mismo, son millones las personas a las que les resulta asquerosa la zoofilia, y no porque sintamos esas reacciones naturales de repudio somos considerados "¡¡¡¡odiadores de razas que quieren matar a millones de negros y homosexuales!!!!". (Además, esto último me hace preguntarme una cosa, sí existe la homofobia por qué no existe y se denuncia la "zoofobia" también?)

    Por tal motivo, en mi humilde opinión lo digo, el sentir repudio por otras razas, o simplemente no sentir atracción por otras razas no es sinónimo de odio, sólo es sinónimo de seguir tus instintos naturales que a nadie dañan.

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  2. Buenas.

    Quizá tus palabras vengan inspiradas por alguna experiencia personal, pero no alcanzo a entender de dónde sacas la relación de todo esto con la atracción sexual. Uno no es racista u homófobo por el hecho de no sentirse atraído por la gente de una determinada raza o una determinada orientación sexual. Eso sería como llamar “machistas” a las mujeres heterosexuales por sentirse seducidas sólo por los varones.

    Las discriminaciones morales afectan al plano estrictamente moral. Alguien es racista cuando juzga o mide a las otras personas en función de su raza particular. Son discriminaciones arbitrarias porque las capacidades, virtudes y talentos no dependen del color de la piel. Las inclinaciones sexuales en cambio pertenecen al ámbito de lo privado y subjetivo. Cada cual es libre de apreciar la belleza en lo que le venga en gana.

    Un saludo y gracias por comentar.

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  3. Esto me trae algo en mente: La sociedad rechaza la zoofilia (el sexo entre humanos y no humanos), y uno de los argumentos que se usa es el de que somos especies diferentes y es "antinatural", pero me pregunto, si las especies no existen y somos todos iguales, ¿No se podría decir que está mal condenar la zoofilia cuando esta es consentida y no se obliga al animal a participar en el acto? Porque entonces estar en contra de las relaciones consentidas entre humanos y no humanos sería especista, y más si se usa argumentos absurdos como que los animales son inferiores, que no pueden consentir o que los animales no disfrutan de su sexualidad, son argumentos especistas para tratar a los animales como si fuesen inferiores y no como si fuesen nuestros iguales.

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    1. Que las especies existan sólo en un sentido epistemológico no quiere decir que no haya diferencia biológicas u ontológicas. El sexo entre seres humanos también está sujeto a restricciones morales, y la más importante seguramente sea la necesidad de un consentimiento libre, explícito e informado. Usted lo tilda de “absurdo”, pero yo diría que es el componente fundamental de la cuestión. Sea como fuere, ya hay autores que han abordado este tema particular con minuciosidad y desde una óptica quizá más flexible, como Joanna Bourke o Marta Segarra, por ejemplo.

      Saludos.

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