lunes, 5 de enero de 2015

La gran cadena de la existencia


El concepto de la gran cadena de la existencia formulado por Platón, el maestro de Aristóteles, formalizó la creencia que tenían los griegos de estar en una posición más elevada que los no griegos, mujeres, esclavos y, naturalmente, los animales [nohumanos]. A la pregunta del porqué un creador perfecto crearía un mundo con criaturas imperfectas, Platón contestó diciendo que para que el mundo fuese completo tenía que haber un rango completo de seres distintos, ordenados jerárquicamente en una cadena que descendía de los inmortales dioses de allá arriba, pasando por los humanos antes de acabar en los animales [nohumanos], las plantas, los minerales y, finalmente, la tierra. La parte humana de la cadena estaba también ordenada jerárquicamente empezando con los civilizados griegos y terminando en los esclavos1.

El cristianismo medieval traspuso la imagen platónica en una escalera, con Dios en el rellano superior y los creyentes europeos en el primer escalón; una posición que les otorgaba una autoridad delegada como supervisores y administradores de los demás rangos inferiores. La idea de que el hombre europeo, por imperfecto y pecador que pudiese ser, ocupaba una posición en la tierra equiparable a la de Dios en el universo, se convirtió en el concepto central del pensamiento religioso y filosófico de la civilización occidental, en lo que a la posición del hombre en la naturaleza se refiere2. De tal manera, el hombre europeo se consideró con la autoridad, prácticamente ilimitada, para gobernar el mundo natural como "virrey representante del Dios todopoderoso"3.


El jurista del siglo XV sir John Fortescue consideró el ordenamiento jerárquico de todas las cosas como un reflejo del orden perfecto instituido por Dios en el universo, en el cual "el ángel está colocado sobre el ángel, en rango tras rango dentro del reino celestial; el hombre está colocado sobre el hombre, la bestia sobre la bestia, el pájaro sobre el pájaro y el pez sobre el pez; en la tierra, en el mar y en el aire", Sostuvo que "no hay gusano que repte sobre el suelo, ave que vuele en las alturas, pez que nade por las profundidades, que el orden de esta cadena no incluya en la más armoniosa concordia". Su conclusión era que en nuestro universo perfectamente jerarquizado "desde el ángel más elevado hasta el último de su especie, resulta imposible encontrar uno que no tenga un superior y un inferior" y que "desde el hombre hasta la más insignificante lombriz no existe criatura alguna que no sea en algún respecto superior a alguna criatura, e inferior a otra"4.

La gran cadena de la existencia explicaba por qué ciertas clases sociales estaban subordinadas por naturaleza a otras, en una sociedad en la que la divinidad asignaba a cada clase un lugar determinado. En el arte cristiano medieval, escribe John Weiss, "los príncipes y sacerdotes eran representados en la cúpula de la sociedad, seguidos por los nobles; después de ellos venían los comerciantes, artesanos, campesinos, mendigos, actores y prostitutas, con los judíos cerrando el desfile"5.

Esa jerarquía, que implicaba un orden dentro de la sociedad humana, se tenía por continua ya que el tejido perfecto de la creación divina no podía tener espacios en blanco. El teólogo Nicolaus Cusanus escribió que "la especie más elevada de un género coincide con la más baja del género superior, con el fin de que el universo sea uno, perfecto y continuo"6.

Esa visión de una jerarquía natural sin solución de continuidad condujo a la creación de una categoría de seres "infrahumanos", escribe Anthony Pagden, "un 'hombre' tan cercano al límite de la bestia que los demás hombres no puedan reconocerlo como miembro completo de la misma especie"7. la mayoría de miembros de esa categoría infrahumana estaban destinados a ser lo que Aquino llamó "instrumentos de servicio animados" o esclavos. No obstante, se consideraba que los miembros más bajos de esa categoría fronteriza procedían de un linaje tan corrupto que, tal como escribió Hayden White, eran "hombres caídos por debajo de la propia condición animal; todos les dan la espalda y, en general, pueden ser aniquilados con impunidad"8. Esa fue la actitud de los europeos en sus primeros encuentros con los pueblos nativos de África, Asia y América.

Incluso ya avanzados el Renacimiento y la Ilustración, los principales pensadores europeos continuaron aceptando la interconexión de especies solapadas implícita en la gran cadena de la existencia. Filósofos tan distinguidos como Gotfried Leibniz o John Locke creyeron en la existencia de criaturas mitad humanas y mitad animales [nohumanos]. Carl von Linneo, creador de la clasificación de plantas y animales moderna, encontró un hueco en ese sistema para el Homo ferus, un hombre salvaje "con cuatro pies, mudo e hirsuto"9. Los informes que llegaron a Europa sobre pueblos recién descubiertos en África, Asia y América dieron pábulo a la imaginación popular con fantásticos relatos sobre criaturas que eran parte hombre y parte animal [nohumano]10.

LA DIVISORIA HOMBRE-ANIMAL

Al empezar la época moderna, el concepto del hombre como cima de la creación era el punto de vista prevalente. "El hombre, si atendemos a las causas finales, puede ser considerado como el centro del mundo", escribe Francis Bacon (1561-1629), "por cuanto si se sacase del mundo al hombre, el resto parecería extraviado, sin objetivo ni propósito"11. Según esa visión antropocentrista, los animales [nohumanos] fueron creados para el hombre, cada uno de ellos con un fin específico para una utilidad concreta. Los simios y las cacatúas fueron hechos "para la diversión humana", en tanto que los pájaros cantores fueron creados "deliberadamente para entretener y deleitar a la humanidad"12.

El intento más ambicioso de ampliar la brecha entre animales [nohumanos] y humanos lo constituyó una doctrina formulada originalmente por un médico español en 1554, pero ampliada y difundida independientemente en la década de 1630 por el filósofo y científico francés René Descartes. Esa doctrina, desarrollada por sus discípulos, propugno que "los animales [nohumanos] eran meras máquinas o autómatas, similares a relojes, capaces de comportamientos complejos pero totalmente desprovistos del habla, raciocinio o, en algunas interpretaciones, incluso sensibilidad"13.

Los seguidores de Descartes sostuvieron que los animales [nohumanos] no sentían dolor y proclamaron que los gritos, aullidos y quejidos que proferían no eran sino reflejos externos desconectados de cualquier sensación interna. Al ampliar la brecha entre el hombre y los animales [nohumanos] hasta ese punto, se obtuvo el mejor argumento dado hasta entonces para justificar la explotación de los [demás] animales por el hombre. El cartesianismo no solo absolvió a Dios de toda culpa en el hecho de causar injustificadamente dolor a los inocentes animales [nohumanos] por tolerar que los humanos les maltratasen, sino que justificó la superioridad del hombre, liberándole, según dijo Descartes, de "cualquier responsabilidad moral, por muchos animales [nohumanos] que mate y se coma".

Keith Thomas escribe que al denegar la inmortalidad de los animales [nohumanos] "se obvió cualquier duda que pudiese quedar sobre el derecho del hombre a explotar a los seres brutos de la creación"14. Por cuanto, tal como los cartesianos observaron, si los animales [nohumanos] realmente hubiesen tenido el potencial de ser inmortales, entonces "las libertades que los hombres se tomaron con ellos hubiesen sido imposibles de justificar, y conceder una sensibilidad a los animales [nohumanos] hubiese convertido al comportamiento del hombre en algo intolerablemente cruel"15.

Al designar al hombre como señor de la naturaleza, Descartes creó un abismo entre el hombre y el resto de la naturaleza que facilitó el camino para el ejercicio de la dominación humana sin ambages. James Serpell escribe que la creencia de los primeros cristianos (y de los aristotélicos) de que los animales [nohumanos] fueron creados únicamente para el disfrute de la humanidad, combinada con el punto de vista cartesiano de que eran incapaces de sufrir, nos dio "una licencia pata matar, un permiso para usar y abusar con total impunidad de las demás formas de vida"16.

En Inglaterra y el resto de Occidente, esa doctrina de la supremacía humana se convirtió en un dogma indispensable. "En el ascenso del bruto al hombre", escribió Oliver Goldsmith (1730-1774), "el linde está trazado enérgicamente y con claridad, es infranqueable". El naturalista William Bingley (1774-1823) escribió que "la barrera que separa a los hombres de los brutos es fija e inmutable". Para una civilización que rutinariamente explotó, mató y se comió a los animales [nohumanos], admitir otra cosa hubiese supuesto enfrentarse a demasiadas e inquietantes cuestiones éticas17.

Las ideas negacionistas sobre los animales [nohumanos] permitieron que las personas proyectasen sobre ellos cualidades propias que les desagradaban y les facilitó la tarea de definirse por oposición al comportamiento animal, subrayando aquello que consideraban distintivo y digno de encomio en el modo de ser de los humanos. "Los hombres atribuyeron a los [otros] animales aquellos impulsos naturales de sí mismos que más les atemorizaban: la ferocidad, la voracidad o la sexualidad", escribe Thomas, "aunque fuese el hombre, y no la bestia, quien hiciese la guerra a sus semejantes, comiera hasta indisponerse y fuese sexualmente activo en cualquier época del año"18.

Esa gran divisoria entre animales humanos y nohumanos justificó y continúa aún justificando la caza, el consumo de carne, la experimentación animal y todo tipo de crueldades ejercidas sobre los [demás] animales. Como escriben Carl Sagan y Ann Druyan, "Para imponerles nuestra voluntad, hacerles trabajar en nuestro beneficio, utilizarlos como vestimenta y comérnoslos sin ningún alarmante asomo de culpabilidad o remordimiento, es esencial que previamente hagamos una clara distinción entre humanos y 'animales'". “Su catástrofe no tiene ninguna importancia para nosotros puesto que los animales [nohumanos] no se nos asemejan. "A los animales [nohumanos] que hemos esclavizado", escribió Charles Darwin, "no los consideramos nuestros iguales"19.

MENOS QUE HUMANOS

La gran divisoria entre humanos y animales [nohumanos] propició la aparición de una norma con la que juzgar a las demás personas, tanto dentro como fuera del ámbito cultural propio como en sociedades extrañas. Si se definía a la esencia de los humanos como una cualidad o conjunto de cualidades específicas (tales como la razón, el lenguaje inteligible, la religión, la cultura o los buenos modales), se desprendía que cualquiera que no las tuviese era "infrahumano". Aquellos así juzgados eran vistos como bestias útiles que debían ser domeñadas, domesticadas y mantenidas en el redil, o como predadores y plagas a eliminar20.

Este pensamiento jerarquizado, basado sobre la esclavización y domesticación de los animales que empezó hace 11.000 años, condonó e impulsó la opresión de personas consideradas como animales [nohumanos] o asimilables a ellos. La ética de la dominación humana que promueve y justifica la explotación de los [demás] animales legitima de paso la opresión de humanos pretendidamente en un estado animal [nohumano]. El filósofo y biólogo alemán Ernst Haeckel (1834-1919), cuyas ideas tuvieron una fuerte influencia sobre la ideología nazi, mantuvo que puesto que las razas no europeas están "psicológicamente más próximas a los mamíferos (como simios o perros) que a los europeos civilizados, debemos, en consecuencia, asignar un valor completamente distinto a sus vidas"21.

Los europeos consideraron al colonialismo como una extensión natural de la supremacía humana sobre el reino animal ya que "a muchos les pareció claro que la raza blanca, al sojuzgarlas, había demostrado ser superior a las razas inferiores, de modo análogo a como la especie humana en general había resultado ser superior a las demás especies animales al dominarlas y avasallarlas"22. Tanto en África como en India y otras colonias europeas, la caza mayor se convirtió en el epítome perfecto de la dominación de los blancos sobre la tierra, sus animales y sus gentes.

En el África Oriental británica, por ejemplo, un cazador blanco en safari solía llevar consigo entre cuarenta y cien porteadores y sirvientes nativos. Se les llamaba simplemente boy ("chico") y dormían al raso, mientras que para el cazador, ataviado con un uniforme apropiado de montería y alojado en una confortable tienda, estaba reservado el trato de master ("amo"). Los indígenas caminaban día tras día transportando fardos de veinticinco kilos sobre la cabeza, en tanto que el cazador no llevaba nada, ni siquiera su arma, que un "chico del rifle" transportaba para él. El ritual no dejaba dudas sobre quién era el que mandaba. Como el famoso cazador de tigres Ralph Stanley-Robinson recordó a sus acompañantes antes de iniciar un safari, "El propósito de esta cacería es imperial. Aquí, nosotros somos los amos"23.

Así, con los animales [nohumanos] ya aceptados como "vida inferior" destinada a la explotación y el matadero, la designación como animales [nohumanos] de humanos "inferiores" propició el camino hacia su subyugación y aniquilamiento. En Genocide: Its Political Use in the Twentieth Century (genocidio: su utilización política en el siglo XX), Leo Kuper escribe: "El mundo animal ha sido un terreno particularmente fértil en metáforas deshumanizadoras". Las personas designadas como animales [nohumanos] "han sido frecuentemente cazadas como animales [nohumanos]"24. 

Charles Patterson, 2002.

NOTAS

1 – PLATÓN, Timeo, 40-1; Arthur O. LOVEJOY , La gran cadena del ser (Barcelona, Icaria, 1983), 46. 
2 – MASON, Unnatural Order, 211. 
3 – THOMAS, Man and the Natural World, 18. 
4 – E. M. W. TILLYARD, La cosmovisión isabelina (Argentina, Fondo de Cultura Económica, 1984), 27. 
5 – John WEISS, Ideology of Death: Why the Holocaust Happened in Germany (Chicago, Ivan R. Dee, 1996), 45. 
6 – LOVEJOY, La gran cadena, 80.
7 – PAGDEN, Caída del hombre, 22.
8 – hayden WHITE, “Formas de lo salvaje: arqueología de una idea”, en Edward DUDLEY y Maximillian E. NOVAK, ed., The Wild Man Within: An Image of Western Thought from the Renaissance to Romanticism (Pittsburgh, Univrsity of Pittsburgh Press, 1972), 14. Citado en David STANNARD, American Holocaust: The Conquest of the New World (Nueva York, Oxford University Press, 1992), 173.
9 – THOMAS, STAMPP, Man and the Natural World, 134.
10 – El prestigioso jesuita Joseph Francois Lafitan en “Costumbres de los indios americanos comparadas con las costumbres de los tiempos primitivos” incluye una ilustración de un indio nativo sin cabeza, cuya cara estaba implantada en su pecho. STANNARD, American Holocaust, 227.
11 – THOMAS, Man and the Natural World, 18.
12 – Ídem., 19.
13 – Ídem., 33.
14 – Ídem., 34.
15 – Ibídem.
16 – SERPELL, In the Company, 170.
17 – THOMAS, Man and the Natural World, 34-36.
18 – Ídem., 40-1.
19 – SAGAN y CRUYAN, Sombras, 365. Albert Schweitzer criticó la filosofía occidental por no dar “el decisivo paso de convertir la amabilidad hacia los animales [nohumanos] en un imperativo ético, poniéndolo al mismo nivel que la amabilidad con los humanos”. Escribió que “la ética de nuestro mundo occidental hasta ahora se ha limitado a la relación del hombre con el hombre. Pero esa es una ética coja. Necesitamos una ética sin fronteras en la que se incluya también a los animales [nohumanos]”. Albert SCHWEITZER, The Animal World of Albert Schweitzer: Jungle Insights into Reverence for Life (Boston, Beacon Press, 1950), 30, 183.
20 – THOMAS, Man and the Natural World, 41, 46-7.
21 – Robert Jay LIFTON, The Nazi Doctors: Medical Killing and the Psychology of Genocide (Nueva York, Basic Books, 1986), 441-442 (el análisis lo pone Lifton). Los antropólogos alemanes formados en la escuela haeckeliana se convirtieron en entusiastas partidarios de la “higiene social” nazi en la década de 1930.
22 – CARTMILL, View, 135. Según Nick Fiddes, autor de Meat: A Natural Symbol, la ingesta de carne es el símbolo esencial de la supremacía humana, por cuanto “representa el control humano del mundo natural. Al consumir la carne de los músculos de otros animales altamente evolucionados se deja sentado nuestro poder supremo”. Citado en SALISBURY, The Beast Within, 55.
23 – CARTMILL, View, 135. Véase también Parte III (“Animales e imperio”) de Harriet RITVO, The Animal Estate: The English and Other Creatures in the Victorian Age (Cambridge, Ma., Univrsity Press, 1987), 205-288.
24 – Leo KUPER, Genocide: Its Political Use in the Twentieth Century (New Haven, Yale University Press, 1981), 88.
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Texto original: Eternal Treblinka
 
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