miércoles, 1 de julio de 2015

Filosofía de la "mente sensitiva"


El dualismo suele plantear una distinción tajante entre actos de conciencia (sentir, pensar) y actos físicos (mover los ojos o los brazos, activaciones neuronales), mezclando sin más los actos sensitivos y los intelectivos y separando por pura abstracción la noción de evento físico de la noción de evento mental. Este modo "brutal" de comenzar la filosofía de la mente lleva a confusiones inacabables.

Conviene comenzar, por el contrario, por la estructura hilemórfica de todos los cuerpos, que es la primera "dualidad" que nos presenta la naturaleza. Cualquier cuerpo o grupo de cuerpos tiene siempre una dimensión material: las partes sensibles que lo constituyen, muchas veces separables realmente. Y una dimensión formal: el "acto", en algunas ocasiones "estructura" y nunca cosa, que constituye algo en su especificidad, separable de las cosas sólo mentalmente o por abstracción. Un vaso es juntamente su forma y el cristal o el material de que está hecho. Una misma materialidad puede contener varias formalidades y una misma formalidad puede realizarse en diversas materialidades. Lo formal y lo material deben entenderse juntamente y no por separado. Ni de la idea de silla podemos deducir su materialidad, ni de la idea de madera o metal podemos deducir sus posibles formalizaciones.

En los vivientes o cuerpos orgánicos, la corporalidad (materia) está organizada no sólo para exhibir cierta armonía matemática, sino para permitir la "afirmación" de una individualidad que se pone en cierto modo como fin para sí misma, y que por eso, una vez nacida, tiende a sobrevivir y se defiende de los peligros que amenazan con destruirla, aunque al final envejezca y muera. En el crecimiento, el cuerpo se auto-construye (auto-poiesis) siguiendo un "programa" contenido en el código genético. A continuación, el organismo tiene que estar auto-organizándose a sí mismo para mantenerse en vida, administrando "sabiamente" (homeostasis) la energía que recibe del ambiente y que podría destruirlo. En la reproducción, el organismo transmite su formalidad autoconstructiva generando un organismo nuevo. Todo esto lo hace el organismo viviente distribuyendo en su interior, de modo diferenciado y según tiempos y lugares oportunos, la "información" que recibe del ambiente, y no sólo recibiendo energía. Es decir, el viviente de alguna manera auto-controla su propio cuerpo. Esto significa que su formalidad central o global no es como la de un ser inanimado. Tal formalidad posee un dinamismo especial que se entiende sólo en unidad con el organismo y no como una "cosa" o como algo separado. Todo lo que acabamos de indicar no son meras "características" del viviente, sino que son, en su conjunto, precisamente lo que "define" al viviente. La vida es un modo novedoso de ser-cuerpo, indeducible desde la corporalidad inerte.

Los animales son vivientes sensitivos. No sólo tienen vida, sino que la sienten en alguna medida. No sólo tienen manos eficaces, o se alimentan, sino que ejercen algunos actos o funciones corpóreas sintiéndolo. La sensibilidad implica una especialización en la recepción y elaboración de información que, a diferencia de lo que acontece en toda célula, se une al hecho de sentirla (recibir información luminosa sintiéndolo, cosa que llamamos "ver"). Por eso es propio de los animales tener sistema nervioso, y en los animales más evolucionados ese sistema nervioso está centralizado y unifica más y más las canalizaciones sensoriales en la estructura encefálica. El animal se auto-gobierna de modo no sólo vegetativo, sino sensitivo, "desde" su encéfalo. La información que es elaborada e integrada en el cerebro animal (y humano) puede dar lugar a operaciones vegetativo-sensitivas, o bien sensitivo-transorgánicas.

Las operaciones vegetativo-sensitivas están destinadas a la realización "sentida" de funciones orgánicas, que perfeccionan, preservan, producen, etc., algo del cuerpo (comer, beber, actividad sexual). No basta definirlas por sus funciones, pues una alimentación más eficaz mas no sentida, aunque sea posible, no está a la altura de lo específico de la vida animal. Las operaciones sensitivo-transorgánicas, por su parte, son orgánicas (las realizan partes especializadas del cuerpo), pero no están destinadas ya a la preservación de un órgano, sino que se abren a un mundo intencional animal más amplio: por ejemplo, relaciones sociales con otros animales (compañía, afecto, subordinación, cooperación, etc.), actividades agresivas (caza, defensa), constructivas ("arquitecturas" animales), comunicativas ("lenguajes animales"), y otras de este orden. El sistema nervioso y más centralmente el cerebro es el órgano propio de todas estas operaciones animales. Sin embargo, salvo la estructura de los órganos de los sentidos periféricos (ojos, oídos, etc.), el cerebro no es un órgano acabado, sino que cada animal debe de alguna manera "estructurarlo" en base a innumerables conexiones sinápticas, en la medida en que sus actividades sensitivas, tanto vegetativas como transorgánicas, aunque procedan inicialmente de un primer impulso instintivo innato (genético), deben formarse progresivamente según la experiencia, el aprendizaje y la memoria.

En definitiva, el animal se abre a un mundo intencional (cognición sensorial) cada vez más rico, con acompañamientos afectivos, perfectamente integrado con su sistema nervioso, con el que dirige su cuerpo en lo que se refiere a sus aspectos motores intencionales [Sanguineti, 2007]. No lo hace aislado, sino en unión intencional (muchas veces comunitaria) con otros animales. Aunque posee también vida vegetativa, capta intencionalmente su ambiente y su propio cuerpo y así se auto-controla no ya como un vegetal, sino con sensibilidad y emoción. Entre sus percepciones y reconocimientos y sus activaciones emotivas que desembocan en una conducta intencional, se forma una suerte de ciclo o circuito que constituye propiamente, "por definición", la vida animal. Aunque los animales tengan actos "internos" (percepciones, sensaciones, etc.), normalmente estos actos se manifiestan de modo externo y "público" para otros animales que sepan leerla (gestos, expresiones del cuerpo y faciales).

Las "señales" informativas sin conocimiento típicas de la vida vegetal se transforman en los animales en signos sensibles que pueden aprenderse, recordarse y perfeccionarse por asociaciones y redes asociativas, dando así lugar a cierto "lenguaje" animal concreto y práctico, incorporado en sus mecanismos perceptivos (por ej., en base a los condicionamientos conductuales: la campanilla que indica la hora de comer) y en su comunicación con los demás animales ("lenguajes animales", con componentes instintivas y aprendidas). La captación de las cosas del entorno con significados prácticos (la piedra que puede servir para arrojarla contra alguien) y su asociación con cierta conducta (agarrar la piedra y servirse de ella para defenderse, y cosas de este tipo) suponen el surgimiento de lo que puede llamarse "inteligencia animal".

Esta caracterización de la vida animal —expresión más adecuada que la de "mente animal"— pertenece también al hombre, sólo que en nosotros está incorporada a niveles cognitivos, afectivos y conductuales más altos. El acto o la operación sensitiva, en definitiva, no es ni puramente físico o neural, ni puramente psíquico, sino que contiene una serie de dimensiones, en la unidad de un único acto. A saber:

a) Dimensión neuronal: ver, oír, imaginar, recordar, percibir, etc., se realizan materialmente según un preciso dinamismo nervioso que vamos descubriendo con la neurociencia. La parte neural del acto psíquico es su causa material, no su constitutivo absoluto o exclusivo. La neurociencia se concentra sobre esta causalidad, pero presupone las otras dimensiones, que dan al acto su sentido completo. Pensar en la operación visiva sólo en términos neurológicos es una abstracción, pues de este modo se deja de lado su parte cualitativa, como cuando sabemos que los murciélagos captan ultrasonidos porque lo descubrimos neurológicamente, pero sin tener la experiencia de lo que supone oír ultrasonidos.

b) Dimensión psíquica o subjetiva: el acto sensorial contiene una cualidad propia, la "sensación de placer", "la emoción de la furia", etc. Esta dimensión es la causa formal del acto sensitivo, la que le da su pleno sentido. Algunas veces la operación psíquica puede captarse sin que comparezca el cuerpo (por ejemplo, en un acto imaginativo), o éste puede hacerse notar sólo de un modo muy parcial (al ver, advertimos que lo hacemos con los ojos, pero las activaciones cerebrales de la vista quedan ocultas). La dimensión psíquica se capta como un acontecimiento de la propia subjetividad: cuando un animal está triste o contento, no está triste o contenta una parte de su cuerpo, ni siquiera "todo" su cuerpo, sino el individuo como un todo que siente. A esto lo llamamos "subjetividad" o "sujeto", que en el caso del hombre es "persona".

c) Dimensión objetiva o propiamente intencional: algunos actos psíquicos cognitivos (ver, oír, recordar) no se notan tanto en su acontecer operacional, sino más bien en sus objetos intencionales externos, por ejemplo el "ver" en "lo que se ve": paisajes, flores, etc.. De algún modo la subjetividad se esconde en este tipo de actos intencionales que comportan una trascendencia intencional o apertura cognitiva al ambiente. En cambio, los actos sensitivos destinados a la captación del propio cuerpo (sensaciones interoceptivas) suponen la auto-advertencia sensitiva del cuerpo propio: en cuanto se mueve, tiene cierta temperatura, se esfuerza, etc.

d) Dimensión conductual: las operaciones sensitivas suelen estar relacionadas de maneras diversas con actos corpóreos significativos, como el ver conlleva movimientos de los ojos y de la cabeza, o ciertas emociones tienen expresiones faciales propias.

e) Dimensión metafísica: los actos sensitivos comportan una dimensión que sólo puede captar el sujeto inteligente, aunque ella se une intrínsecamente al acto sensitivo. Así, el ver humano se abre a la realidad, que como "realidad" es reconocida por la inteligencia, o implica también un "sujeto que ve", igualmente reconocido por el intelecto. Una versión empirista del conocimiento sensible tiene dificultades para admitir estos aspectos tan obvios. De ahí la problematicidad del conocimiento del yo en las filosofías de la mente que aceptan presupuestos empiristas.

Estas dimensiones suelen estar implícitas en el lenguaje y conocimiento ordinarios, que por este motivo resulta analógico y debe precisarse cuando se hace filosofía de la mente. Así, el ver en frases como "veo una persona", "el animal ve una persona", "el robot ve una persona", no significa lo mismo (el animal ve personas materialmente, sin reconocerlas como tales; un robot ve personas sin tener ni siquiera un acto visual propio). El cuerpo humano (o animal) puede tomarse como cuerpo personal, o cuerpo intencional (conteniendo sus aspectos significativos “altos”), o bien puede tomarse en un sentido abstracto reducido, como suele ser conceptualizado por las ciencias naturales. La expresión "me duele la mano" no tiene sentido según la noción abstracta de cuerpo utilizada por la física, en la que no hay lugar ni para un "yo" dolorido, ni para un "sentir dolor" de un cuerpo.

Juan José Sanguineti, 2008.
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Fuente original: Philosophica: Filosofía de la mente

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